Ya no es Peter Pan… pero tampoco es Garfio. Cómo preparar la llegada de la adolescencia.

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Todos los niños crecen excepto uno… y salvo que tu hijo o hija cuente con la ayuda de la magia para ser Peter Pan, llegará un momento en el que se convierta en adolescente. En las conversaciones informales de padres y madres se menciona esta etapa en muchas ocasiones como algo a temer, un cambio que se afronta con incertidumbre e incluso tristeza. Frases como “Disfruta ahora que luego viene la adolescencia” (advirtiendo) o cuando van creciendo “Crecen tan rápido...” (con nostalgia de la niñez que se va) o ”Ya se me escapa “ (intuyendo la llegada de la pubertad) hablan con claridad de esa percepción de la adolescencia como una pérdida, como una añoranza de esa niñez que se va. En algunas familias incluso hay un duelo por la llegada de esta etapa, como si no fueran ya ese hijo o hija que han criado y que se convierte por momentos en alguien desconocido.
 
Y sin embargo, la adolescencia es pura riqueza: es una etapa donde se están descubriendo como personas, donde van ganando autonomía, y en la cual se pueden compartir muchas experiencias y conversaciones que antes no eran posibles. Definen durante la misma su identidad, dotándola de matices y de nuevos roles, explorando y conociendo su sexualidad, desarrollando su propia ideología.
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En cambio, en el imaginario colectivo la percepción se queda anclada en otros aspectos. ¿Por qué si mi hija antes me lo contaba todo ahora se encierra en su habitación? ¿Por qué esos cambios repentinos de humor? ¿Por qué se ensaña con lo que le digo, aunque después venga a disculparse? Y así mil preguntas sin respuesta, con padres y madres que sienten que muchas veces no entienden las actitudes y comportamientos de su propio hijo o hija. “Es la adolescencia”, se justifican. Pero si echamos la vista atrás, cuando nació ese mismo niño o niña, nos preparamos para entender sus crisis de lactancia, sus rabietas de los dos años, buscamos la mejor manera para que comiese de todo o para educarle con respeto y cariño... De igual modo, la adolescencia requiere ese mismo tiempo de reflexión, porque aunque demandan independencia, nos siguen necesitando.
 
El discurso que nos decimos a nosotros mismos y con el cual vamos definiendo esta etapa es importante, porque condiciona nuestra manera de abordarla. Cual profecía autocumplida, si queremos poner el foco en las dificultades, que sin duda las habrá, nos perderemos las partes positivas de esta transformación que están viviendo. Acompañarlos en esta etapa exige empatía para entender que su confusión, sus cambios de humor y sus reacciones a veces desproporcionadas, tienen que ver con el desarrollo de su cerebro, en el cual ocurren muchos procesos que les condicionan: el sistema límbico se desarrolla antes que la corteza prefrontal (encargada del autocontrol y la razón), lo que quiere decir que la parte emocional tiene en esta etapa preponderancia sobre la racional. Por este motivo se pueden mostrar impulsivos, temperamentales y con fuertes cambios emocionales. Por otra parte, sus neuronas están creando nuevas conexiones, mientras que otras desaparecen, por eso a veces pueden mostrar confusión o no recordar cosas que han hecho antes de manera habitual.
 
Estos cambios cerebrales, unidos a otros factores como el desarrollo corporal, el aumento de peso del grupo de iguales o una creciente demanda de intimidad y libertad pueden hacer ver esta etapa como un tsunami difícil de abordar. Sin embargo, hay muchas cosas que se pueden hacer para preparar la llegada de la adolescencia:
  • Escúchale, muestra interés por lo que te cuenta: cuando buscan nuestra atención para explicarnos algo es porque para él o ella es importante.
  • Comparte tiempo: disfrutad de actividades en familia.
  • Pon límites con respeto desde la infancia. Las normas deben ser claras, coherentes, concretas, constantes, consecuentes y explicadas de manera calmada.
  • Escucha y valora sus opiniones, aun cuando no las compartas.
  • Valida todas sus emociones, enséñales a reconocerlas y a gestionarlas
  • Permítele que poco a poco vaya aprendiendo a resolver sus conflictos, que aprenda a gestionar sus problemas. Eso le dará habilidades y además ayudará a forjar su autoestima (”soy capaz”).
  • Déjale que aprenda las consecuencias naturales de sus actos: por ejemplo, un zumo que se derrama puede limpiarlo con una bayeta.
  • Enséñale que las normas de cada casa son diferentes porque cada familia es distinta y educa a su manera. En la infancia pueden discutir que en casa de un amigo le dejan ver contenidos que en la nuestra no, y de adolescente puede querer salir con la misma autonomía que en otras familias: las motivaciones cambian, pero el fondo permanece
  • Enséñale que todos cometemos errores, y que es bueno disculparse y enmendarlos cuando ocurren.
  • A medida que vaya creciendo, ofrécele tu apoyo para decidir en lugar de decirle qué debe hace
  • Y lo más importante: dale afecto y dile que le quieres, y que siempre puede contar contigo
Y cuando entre en la adolescencia, en el Google ¿cómo lograr tener una buena relación? Pues puedes volver a leer la lista anterior… Cambiarán los tiempos, las formas, y los límites se flexibilizarán, pero en esencia, tu hijo o tu hija seguirá necesitando tu presencia, tu escucha y tu afecto. Si hemos logrado construir una relación de confianza, seguiremos siendo sus guías cuando lo necesiten. Tal vez no cuente todo a la vuelta del instituto, como hacía tras regresar del colegio, pero puede haber otros momentos para compartir.
 
Nuestro papel como padres y madres cambia en esta etapa, pero sigue siendo muy importante. Al igual que ellos se redefinen como personas, nuestro rol también evoluciona. Nuestro hijo o hija adolescente necesita a su lado personas adultas confiables, que le traten con respeto, cariño y empatía, que sepan conectar con lo que está viviendo y verlo desde su óptica, no sólo desde la distancia que da la adultez. Se habla muchas veces de reconectar con nuestro niño o niña interior, pero en esta etapa conviene recordar como éramos en ese momento, y valorar que, salvaguardando las diferencias generacionales, tal vez encontremos ejemplos de momentos y situaciones similares en nuestra adolescencia. Un enfoque positivo, la disponibilidad para escucharlo y el sentido del humor facilitarán que se establezca una buena comunicación, y que se sienta querido, valorado y apoyado cuando lo necesite.
 
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En este periodo de tránsito entre la infancia y la madurez podemos acompañarlo ayudándole a entender sus emociones y reacciones, enseñándole a afrontar sus frustraciones y decepciones, escuchándole cuando se adentre en los caminos de las relaciones (amorosas y sexuales). Podemos también lograr que se construya como persona con una autoestima sana y fuerte, segura de sí misma y de sus capacidades, que sepa valorar sus fortalezas y trabajar sus debilidades. Necesita personas a su lado que le escuchen, que le acojan en sus días malos, con las que compartir sus alegrías, que le dejen espacio para crecer y crear su propia identidad pero que también le enseñen a afrontar la ansiedad y la incertidumbre con la que se irá encontrando mientras construye su propio camino. Antes todo era pautado, los límites estaban impuestos desde fuera, pero cada vez tendrá que tomar más decisiones y asumir consecuencias. Para nosotros como padres y madres es tiempo de ir soltando amarras, y empezar a dejar que navegue poco a poco en solitario, haciéndole saber que siempre tiene un puerto seguro al que regresar.
 
La adolescencia puede ser un emocionante viaje en el que descubrir como madura, como aprende a tomar decisiones, como se define como persona. No va a ser eternamente Peter Pan, pero puedes acompañarlo en esta fantástica aventura.
 
Diana Rodríguez Losada. Trabajadora Social, Socióloga y responsable de los Proyectos educativos y preventivos de la Fundación Meniños. Autora de los proyectos “Viaxe ao reino das emocións”, sobre educación emocional infantil y “Colexio do Benquerer”, sobre educación afectivo sexual.

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